Los primeros seguidores de Jesús. Hombres pegados al suelo, esforzados trabajadores que trataban de
salir adelante. No eran pensadores ni filósofos, ni habían tenido una esmerada
formación cultural, no tenían por ellos mismos grandes ideologías que querían
llevar al triunfo. De su natural, no les brotaba la ambición de llegar a ser
importantes, ni conocidos… Y de pronto, se volcaron en difundir unas ideas y un
Maestro, como si el aire de la tierra dependiera de ello…
Los primeros seguidores de Jesús. Hombres confundidos y desilusionados. Habían perdido a su líder y
sólo podían pensar en volver a casa. No tenían a su alcance el guía que les
fuera enriqueciendo cada día, ni a quién preguntar sus dudas, ni de donde
extraer mayor conocimiento. La muerte del maestro había echado por tierra la
posibilidad de que él fuera el tan esperado Mesías, porque un Mesías muerto no
puede salvar ya a nadie… Y repentinamente, se organizaron, proporcionaron ellos
mismos las respuestas a los retos existentes y enriquecieron a las incipientes
comunidades.
Los primeros seguidores de Jesús. Hombres asustados y temerosos de perder la vida. Habían salido
corriendo ante el prendimiento de Jesús,
habían negado al arrestado, se habían escondido en el cenáculo y los
rumores sobre los últimos acontecimientos iban corriendo entre ellos entre susurros
y temores….Y sin previo aviso salieron a la calle a promulgar la Palabra que
habían experimentado, hicieron frente a
los sumos sacerdotes y a la furia judía y se diseminaron por los distintos
territorios para extender el mensaje de Jesús, llegando en tantos casos hasta
dar la vida por él…
Abramos los ojos. Algo había ocurrido.
Para los discípulos, la resurrección era tan real como la cruz.
Se rindieron simplemente ante la realidad: después de tanto titubeo y asombro
inicial, ya no podían oponerse a ella. Es realmente Él; vive y nos ha hablado,
ha permitido que le toquemos, aun cuando ya no pertenece al mundo de lo que
normalmente es tangible.
—La paradoja era indescriptible: Él era completamente diferente, no un cadáver reanimado, sino alguien que vivía desde Dios de un modo nuevo y para siempre; y, al mismo tiempo, sin pertenecer ya a nuestro mundo, estaba presente de manera real, en su plena identidad.
—La paradoja era indescriptible: Él era completamente diferente, no un cadáver reanimado, sino alguien que vivía desde Dios de un modo nuevo y para siempre; y, al mismo tiempo, sin pertenecer ya a nuestro mundo, estaba presente de manera real, en su plena identidad.