24 jun 2010

La noche de San Juan

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Una vez más, San Juan.
Los aires de verano me evocan tu recuerdo que procuro a conciencia dejar adormilado, porque duele como carne quemada, porque estrangula mi alma desde dentro.
Los corazones nuevos encienden sus hogueras a rebosar de sueños, con la mecha testaruda de la vida, la misma que dejaste en el asfalto. Un halo de secreto y de misterio parece envolver sueños, y humo, y noche...  
Como aquella, que traidora y sin aviso detuvo tu reloj en seco y sin matices, y vistió todo de gris y quemazón, y esparció los silencios más desgarradores, y pareció arrancar a jirones la alegría de las risas convirtiéndolas en muecas… y aquella timidez de tu mirada, paciente, comprensiva, soñadora, que a duras penas frenaba tu alborozo de cascada, clara, abierta, sin complejos.
 
Y quiero regresarte, y colmarte como loca de preguntas y de abrazos, o consolar tu trance deslizando mis manos incapaces y vacías por tu pelo.
 
La joven luz de junio, la dulce algarabía, el olor de futuro, y el enigma, todo esboza tu cuerpo esbelto entre las sombras, más, repetir tu nombre no te trae y ni siquiera puedo desde aquí poner guion a mis propias pesadillas.
 
Una vez más, San Juan. San Juan de nuevo.

20 jun 2010

Lo absurdo del pensamiento ateo: El afán evangelizador

jesusyapost En el marco de la religión cristiana, la actitud evangelizadora de sus seguidores es más que justificable. La apología de tal religión se entiende en base a varios aspectos inherentes a la creencia. De una parte, si el camino a la verdad pasa por el amor, esa preocupación por los demás ha de implicar desear su bien con toda honestidad, haciéndoles participes de aquello que se cree va a procurarles felicidad. De otra parte, responde a un deseo directo salido de los labios del mismo Jesucristo. “Id, y predicad la buena nueva”.
Así pues, el cristiano es totalmente coherente cuando, en la medida de sus facultades y conocimientos, da lo mejor que tiene para difundir lo que considera bueno. Dicha actitud está directamente en línea con sus creencias e interpretación de la existencia.

Por el contrario, la visión posmodernista del mundo no proporciona base alguna a la luz de la cual pueda entenderse la postura atea de hacer llegar a todo el mundo su fe en que la esfera física en la que nos desenvolvemos constituye la última realidad.
Y quiero decir fe con todas sus palabras, pues ante un conocimiento humano del universo tan limitado que apenas desentraña un misterio, éste da lugar a varios más, afirmar que todo lo que hay es aquello abordable por la ciencia, es cuestión de fe pura y dura. Y me consta que el término les ocasiona disgusto, porque parecen relacionarlo con superstición y ataduras. Pero a mi entender, el ateo comparte aún sin quererlo, trazos con la superstición. Mientras ésta afirma por ejemplo que llevar un ajo en el monedero ha de librarlo de verse nunca vacío, o que pasar por debajo de una escalera traerá “mal fario”, otorgando así ciertos poderes a los objetos físicos, el ateo le concede nada más y nada menos a las cosas, el poder de generar un universo, la vida, la psique…En cuanto a las ataduras, el discurrir ateo encuentra sus propios tabúes cuando nos adentramos en la esfera de lo sobrenatural, no permitiéndole la posibilidad de tal planteamiento por mucho que se empeñen en autodefinirse como “librepensadores”.

18 jun 2010

Las creencias dirigen a la ciencia

Aunque a nivel personal no encuentro especial problema en la teoría de la evolución, en el sentido de que contradiga la posible existencia de una Mente con voluntad como realidad última, si me llama la atención la cantidad de voces que se alzan, entre resignación e indignación, contra lo que consideran una teoría impuesta por la comunidad científica, a la luz de la cual se ha de interpretar a priori, cualquier nuevo descubrimiento.

Copio a continuación un artículo cuyo original en ingles se encuentra aquí.

l_062_02_l En 1951 el líder evolucionista George G. Simpson declaró que realmente no tiene ya sentido hoy en día continuar recogiendo y estudiando fósiles, simplemente para determinar o no si la evolución es un hecho. La cuestión, concluye Simpson, ha sido decisivamente respondida en afirmativo. Simpson no fue de ninguna manera el primero en hacer esta afirmación. Declaraciones más comprometidas se hicieron ya en el siglo XIX, si bien en el siglo XX este sentimiento llegó a dominar las ciencias de la vida. Se convirtió en algo más que una teoría que gozaba de amplia aceptación, se convirtió en obligatoria. Thomas Kuhn se refería a la teoría evolucionista como "ciencia normal", y la evolución se convirtió en la visión estándar, el paradigma dominante de las ciencias.
Desde los exámenes de biología exigidos a nivel escolar, pasando por universidad y las solicitudes de financiación, todos debe trabajar y contemplarse bajo el paraguas de la evolución.

13 jun 2010

Qué pasaría

Poema de Mario Benedetti.
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¿Qué pasaría si un día despertamos
dándonos cuenta de que somos mayoría?
¿Qué pasaría si de pronto una injusticia,
sólo una, es repudiada por todos,
todos que somos todos, no unos,
no algunos, sino todos?
¿Qué pasaría si en vez de seguir divididos
nos multiplicamos, nos sumamos
restamos al enemigo que interrumpe nuestro paso,
Qué pasaría si nos organizáramos
y al mismo tiempo enfrentáramos sin armas,
en silencio, en multitudes,
en millones de miradas la cara de los opresores,
sin vivas, sin aplausos,
sin sonrisas, sin palmadas en ¡os hombros,
sin cánticos partidistas,
sin cánticos

Lo absurdo del pensamiento ateo: Las verdades morales

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En un repaso general de todas las incoherencias y absurdos que se deducen del pensamiento naturalista ateo, el relativismo resultante sobre las verdades éticas posee un lugar preponderante.

Para que un código moral sea efectivo, debe ser atribuido y afirmarse sobre una fuente externa al ser humano, y debe estar más allá del poder de la humanidad el cambiarlo para ajustarlo a su propia conveniencia.

Dado que el ateo afirma que el hombre no tiene más padres que el azar y el tiempo, ha de deducir que lo que entendemos por valores morales no son sino subproductos psicosociales del proceso evolutivo o meras expresiones del gusto personal. La moral en su origen vendría a ser una “elaboración” del ser humano con la finalidad de facilitar la supervivencia y la reproducción. Cualquier otro significado más profundo es meramente ilusorio.

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No sé si es el ejercicio de una extrema simpleza o es soberbia, lo que conduce a algunos científicos a querer pasarlo todo por el filtro del área específica de conocimiento en la que se consideran expertos. O es posible que en este afán simplista del hombre por convertirlo todo en ciencia, se encuentra su ambición por bastarse a sí mismo. Para ellos, ha de ser la neurología la que dibuje el mapa del alma, y quedarán diseccionadas las cuestiones morales por la biología y la sociología.

Pero en un mundo sin Dios, ¿Cómo dar a los valores éticos un valor absoluto y objetivo? ¿Cómo defender que ciertos principios son verdaderos para cualquier tiempo, para cualquier sociedad, para cualquier situación? ¿Quién tiene el poder de juzgar? ¿Cómo determinar lo correcto y lo incorrecto?

Obviamente, habría que concluir que tales conceptos no existen, y los valores con los que los hombres nos manejamos son “acuerdos” sociales derivados de las necesidades e intereses de un grupo establecido. Son, por tanto, cuestionables y susceptibles a cambio, tanto como lo puedan ser cualquier tipo de regla artificialmente definida, como los requisitos necesarios para contraer matrimonio o ejercer un determinado oficio. Dichos requisitos cambian con las sociedades y los tiempos. ¿En qué poder basarnos para calificar la violación o la pederastia como algo inmoral y no meramente “desagradable” a nuestro gusto cultural?

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Imaginemos el siguiente supuesto. Una sociedad del futuro.

Las especulaciones de los más poderosos y el azote de varias desgracias naturales han reducido a mínimos los recursos de los pueblos. La humanidad se ve abocada a enfrentar una situación difícil en la que el alimento escasea, y se decide proporcionar eutanasia a todos los mayores de 60 años que no puedan justificar una utilidad importante para la sociedad. De acuerdo a las premisas del pensamiento naturalista, no podríamos calificar tal suceso de “malo”, pues es conveniente y necesario para el conjunto de la población.

Como las medidas tomadas no han sido suficientes para atajar el problema, se aplica el procedimiento a los enfermos, luego a los que no producen, y más tarde a todos los que se consideran prescindibles…. ¿Dónde parar?

Si, en toda honestidad con nuestro pensamiento naturalista, no podemos tachar a tal sociedad por depravada, ¿Qué hemos tenido que hacer con el hombre? ¿No es necesario despojarlo de su dignidad para poder enfrentar sin inmutarse decisiones como las del ejemplo? ¿Puede el hombre realmente vivir con esa concepción de la moral?

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La triste perspectiva de esta resultante ya ocasionó no pocos quebraderos de cabeza a los ateos más recalcitrantes. Russel admitió que no podía vivir como si los valores éticos fueran simplemente una cuestión de gusto personal, y encontraba su propia visión “increíble”. “No sé la solución”, confesó.

El propio Nietzsche, quien proclamó la necesidad de vivir más allá del bien y del mal, rompió con su mentor Richard Wagner a causa de las tendencias anti semitistas del compositor. Sartre condenó también el antisemitismo en sus escritos, declarando que una doctrina que lleva al exterminio no es meramente cuestión de opinión…

Hoy, el mismo zoólogo populista, Richard Dawkins, que se auto define como “apóstol del ateísmo” afirma sin sonrojarse que “la religión es maligna”, sentenciando con la mayor de las incoherencias y afirmando, sin parecer percatarse, la objetividad de los valores morales. Vemos así hoy, agresivas manifestaciones en contra de las creencias religiosas, justificando tal postura en el supuesto peligro que dichas creencias suponen para valores como la tolerancia y la apertura de mente que, ahora sí que conviene, son verdades objetivas.

Insisto entonces, ¿Puede el hombre realmente vivir con la visión relativista de la moral?

En mi opinión, mientras la mera verbalización de “todo depende” es fácil, la asimilación interna de este relativismo es más que difícil de digerir. De hecho es una tarea imposible sin pasar por “cosificar” al ser humano.

Muchos ateos manifiestan indignados que son acusados de vivir carentes de principios morales que guíen sus conductas personales. Esto es una pataleta innecesaria e infundada, pues, por el contrario, el creyente afirma que es más que posible para un ateo reconocer los valores morales sin creer en Dios, precisamente porque pensamos que dichos valores son universales y absolutos, latentes en todas las personas, en todos los lugares y en todos los tiempos.

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El no creyente afirma absurdamente que ha construido un sistema de valores basado en la racionalidad y en la trascendencia que sus acciones tienen en sus semejantes y en el entorno. Precisamente ese supuesto ejercicio de la razón partiendo de una premisa de un mundo sin Dios, es el que debiera llevarles a admitir que las conductas no son buenas o malas sino que su validez es meramente subjetiva. Si el ateo, subjetivamente quiere concluir que “es aconsejable” respetar al semejante y al entorno, muy bien. Pero sea consciente que tal conclusión tiene entonces carácter de capricho y objetivamente no tiene más peso ni valor que decidir precisamente lo contrario. Después de todo, lo único real en las especies, el motor que guía la evolución, es la supervivencia del más fuerte. En la lógica atea lo único que tendría sentido es tratar de ser ese ejemplar más fuerte. Cualquier otro objetivo es meramente ilusorio, y una ética de la compasión no es en modo alguno deducible. Y en este punto yo digo: Si Dios no fuera más que una ilusión, y el hombre naturalista tiene también que agarrarse a ellas para no desmoronarse, pues, puestos a elegir entre un ateísmo sin base lógica que ha de tomar prestados principios que para nada le corresponden, y unas creencias que proponen el respeto a la vida y a la dignidad del hombre fundamentadas en la existencia del Bien máximo que es Dios, no hay mucho que discurrir. Habría que alinearse en las filas del creyente aunque sólo fuera por cuestiones lógicas y prácticas.

Tampoco es posible en el naturalismo, alabar la fraternidad, la igualdad y el amor como algo bueno. Porque en un universo sin Dios, el bien y el mal no existen, sólo el hecho desnudo y sin valor de la existencia, y no hay nadie que diga que tú tienes la razón y yo estoy equivocado. ¿Cómo digerir que los valores de Hitler no son inferiores objetivamente hablando a los de la madre Teresa de Calcuta?

Aparte de negar “a priori” la existencia de Dios, ¿en qué se basan los ateos para afirmar que los valores morales son subjetivos?

No son obligaciones que debemos a los demás, pues en el naturalismo, somos una especie más derivada de un común ancestro, y no hay nada que nos haga especiales. El hombre es un accidente más de la naturaleza, que aparece en un momento relativamente reciente de la evolución, sobre este diminuto grano de polvo llamado planeta tierra, perdido en un universo hostil y sin propósito, y condenado a perecer individualmente y colectivamente en un tiempo relativamente corto.

Tampoco veo que esos valores morales hayan surgido por ser necesarios. Las demás especies parecen haber llegado a buen puerto sin ellos. ¿Es necesario el sacrificio personal y el heroísmo para sobrevivir como especie? Yo creo que no.

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Para apoyar la teoría de la subjetividad de los valores, es frecuente recurrir al ejemplo de aquellas tribus para las que el canibalismo es algo no despreciable, Pero hay una diferencia entre no saber en tu fuero interno que algo está mal, y adoptar una costumbre a sabiendas de que está mal.

Cuándo un guerrero tribal devoraba las entrañas de un enemigo vencido para hacerse de ese modo con su valor, cuando los enfermeros nazis conducían a las mujeres judías embarazadas a las salas de experimentación, o cuando los hombres espartanos mataban a sus hijos deformes…..¿pensaban que eran acciones licitas y carentes de connotación moral alguna?¿En qué concepto tenían al ser humano al que agredían?¿Devoraba el guerrero caníbal al propio hermano?¿Divulgaba el enfermero nazi sus proezas fuera del entorno anti semitista?¿entregaba la madre espartana a su hijo de buen grado?

Las verdades morales existen y son objetivas. Dejado por su cuenta, el Hombre justifica en pocos minutos la incineración de ciudades pobladas, la deportación, el asesinato, la pestilencia y la hambruna de quienes le resulten inconvenientes y el asesinato masivo de los no nacidos.

Pero intentar justificar algo no equivale a creérselo.


Traducción por AndreMijail

12 jun 2010

Cómo plantearse la idea de Dios

Este video expone de una manera resumida, cual sería, a mi entender, el modo mas acertado de plantearse la existencia de Dios desde una posición lo menos comprometida posible con ideas preconcebidas, si eso fuera viable.



 

 

 

11 jun 2010

Conservación

Según las teorías científicas vigentes, la evolución parece un hecho. Desde esta perspectiva, y entendiendo que toda vida surge de un ancestro común, se busca el proceso por el cual la vida emergería de alguna manera de la materia existente. Estos presupuestos implican excluir toda idea de Consciencia e Intención, siendo nuestra realidad, en última instancia, (y en primera) resultas de otros factores inanimados.

Desde mi experiencia, observo que la vida viene imbuida de un principio de conservación. En el prisma de lo consciente, esto tiene fácil explicación, pues, cuando se plantea la opción entre dejar de existir y existir, se opta por la segunda. Entiendo que el ser consciente, reconoce ventajas del hecho de existir y, sólo en determinadas situaciones en que alguien siente que la vida ya no tiene nada bueno que ofrecerle, se contempla el suicidio como decisión, que cuando se lleva a cabo, se hace aún en contra del instinto de conservación del resto del cuerpo vivo. Así por ejemplo, alguien que pretenda asfixiarse colocándose una bolsa de plástico en la cabeza, habrá de tomar medidas para inmovilizar sus manos y sus pies, o en algún momento se arrancará la bolsa con desesperación. Su cuerpo le intenta “obligar” a seguir existiendo. Pero, ¿qué hace a la vida inconsciente, a cada célula viva pugnar por seguir estándolo?

conservacion-de-la-materia       Dentro del marco de la evolución, ¿qué fuerza o ley hay detrás de los distintos cambios biológicos que parecen tener la finalidad de ir adoptando aquellas características que aseguran y favorecen la vida?

Pero es que, además, parece haber una fuerza de mantenimiento a nivel de la existencia “no consciente”, cuyo fundamento no entiendo, pues ni hay miedo por “no ser” ni beneficios de “ser”.

Cuando todo apunta en la misma dirección, ¿No es lícito pensar que hay una voluntad y decisión detrás de ella?                                                         

 

1 jun 2010

La utilidad de una filosofía de la vida

 

Filosofía de la vida.

Partícipes de un universo lleno de misterios donde toda certeza se reduce a teorías del antes y el después, teorías casi siempre opuestas y encontradas, el hombre ha de enfrentar la decisión de vivir.

Y vivir entraña elegir constantemente, responder a los distintos acaeceres del camino. Esa respuesta tiende a ser, las más de las veces, intuitiva, no producto de reflexión alguna, y revela fácilmente la personalidad y el carácter de cada uno. Pero, es normal que, en ocasiones, cuando dificultades o sinsabores nos esperan en algún recodo de nuestra travesía, nos demos el consejo silencioso de que “hay que tomar la vida con filosofía”. Sin embargo, el reconocimiento de esa conveniencia no suele ir más allá de abogar por la presencia de ánimo y ciertas dosis de conformidad, siendo muy pocos lo que, de un modo serio y premeditado hacen un alto para hacer un ejercicio de reflexión y meditación del que surja una filosofía de la vida en la que queden anclados ya el resto de nuestros pasos.

En éste momento de mi vida, en el que me es tan evidente lo insulso, confuso, y desaprovechado de andar por ella con apenas una filosofía a medio gestar que nunca terminaba de nacer, se me revela con inmensa claridad, más que la ventaja, la necesidad de enraizar el resto de mis días a una Idea que trascienda lo mundano.

Quiero ser el “mejor yo” posible, no le veo el mérito a la frase “así soy yo” que parece hacer de la aceptación una máxima noble, cuando en realidad no supone cambio alguno ni mejora. Desde la constatación de mi ignorancia, no sólo no me sumo al “vivir según mi propio gusto“, sino que busco con avidez las enseñanzas de aquellos que pisaron este mundo antes que yo, para aprovechar de ellas lo que mi entendimiento y mi intuición reconozcan como la mejor guía en pos de mis mejoras. Claro que agradezco el mero hecho de existir y de poder deleitarme con el inmenso catálogo de maravillas que el cosmos tiene que ofrecerme, claro que reivindico mi propia identidad, pero es precisamente por ello, por lo que no me basta asentarme en una postura meramente contemplativa y quiero más. Las oportunidades hay que aprovecharlas. Y es, en esa búsqueda de luz en el camino, donde aparece la Filosofía de la vida.

DESAPARECER

El primer beneficio derivado de fijarse una filosofía de vida y adherirse a ella, es el planteamiento de metas y objetivos. Así por ejemplo, J. Krishnamurti, divulgó una filosofía de búsqueda de la libertad absoluta: La consecución de una mente “anónima” que rehúya el “tu” y el “yo” sin interferencias de la tradición, sociedad, miedo o ambiciones. Frente a esta concepción nada materialista, la mayoría opta por visiones más cotidianas englobadas bajo el eufemismo difuso de “búsqueda de felicidad”, pero cuyas metas se traducen en la obtención de éste o aquel bien material.

Y por encima del vacío del anonimato de Krishnamurti, y de lo estéril y perecedero de las corrientes mayoritarias, la Filosofía de rendirse al Bien Supremo ya lleva en su enunciado el objetivo. Que nuestra vida añada un pequeño granito de arena a rendir culto a lo más espléndido que nos da a conocer nuestro intelecto. Más conmovedor e inmenso que todo el universo. Sencillamente el Bien, que contrarresta el peso de un cosmos inmisericorde. El Bien, inmune al tiempo, circunstancias y sociedades. El Bien, que resiste impoluto críticas y envites, que nos conecta con lo más elevado de nuestra propia esencia. Su semilla se encuentra en cada uno de nosotros y qué mejor empresa que nutrirlo y hacerlo cada vez más fuerte. No hay ideal más elevado, ni más estable, ni más beneficioso para el que lo procura y el que lo recibe. Realidad universal que cambia corazones, reconocido más allá de fronteras de idiomas y religiones porque es objetivo y absoluto. Y lo es, porque no está sujeto a caprichos o interpretaciones sino que, aún presente en el hombre, es el puro reflejo de la esencia de Dios.

La segunda ventaja que nos aporta la elección de una Filosofía, es procurarnos una interpretación del significado de los distintos sucesos que componen nuestra vida. Las penas y alegrías que encontramos cobran nueva lectura a la luz de cómo entendemos la existencia. Aquel que cifre todo su valor en los logros materiales de belleza, salud, poder, riqueza y comodidades, acusará su pérdida con más desesperación que el que tenga puestas sus miras en conceptos más espirituales. Ello no significa que una determinada visión del mundo invite al conformismo desde el que puedan manipularnos los ansiosos de poder sin escrúpulos como argumentan algunos (la tan trillada frase: ”la religión es el opio del pueblo”). Más bien aporta un resorte al que acogerse y desde el que tomar nuevas fuerzas, una visión desde la que relativizar loa hechos y un consuelo para los más prontos a la desesperación. Este “relativizar” no es ajeno a muchas corrientes actuales de autoayuda, que proponen un control de nuestros pensamientos para poder ser dueños de nuestras emociones que son las que dirigen el sufrimiento. Se trata de que nuestro cerebro actúe a nuestro favor para ver en los acontecimientos negativos las oportunidades que encierran. En éste sentido habla la psicóloga Mª Jesús Álava en su libro “la inutilidad del sufrimiento”, una aportación para nada religiosa al modo de entender la vida. La opción del creyente proporciona además una base a éste modo de proceder pues, en la interpretación de las vicisitudes personales siempre puede estar presente la alegría de sabernos con un sentido, con un propósito, con una tarea a llevar a cabo y con una realidad que transciende lo perceptible.

Y por último, no es de menor provecho la orientación o guía en nuestro proceder que nos proporciona el asirnos a una Filosofía. Con una meta clara en mente, y una interpretación de los sucesos acorde con las metas, nos es más evidente aquello que resulta conveniente hacer en cada caso, pero no desde la rigidez del dogmatismo, sino desde la creatividad que nos alumbren nuestros fines. De resultas de ello surgirá siempre un comportamiento coherente y menos vulnerable a caprichos o lacras de carácter. Si somos como obramos, conseguiremos ser de la mano de una filosofía de la búsqueda del Bien, el mejor “yo” posible.

EXISTIR 

Y si no hubiera otro destino más que la desaparición definitiva y tan solo tenemos esta oportunidad de ser,

¿No nos merecemos al menos eso?

En el hoy que vivimos

 

La sociedad en la que nos ha tocado vivir ha evolucionado hasta extremos que hoy día nos parecen de un desarrollo envidiable. De un entramado complejo de instituciones, derechos y obligaciones, mercados y valores surgen nuestras experiencias, nuestras aspiraciones, nuestros objetivos y nuestras interpretaciones sobre la vida. Así, nuestros conceptos de estética y ocio, de ciencia y arte, de lo que supone haber llegado lejos o no en la vida derivan de la sociedad en que vivimos y están íntimamente ligadas con ella.

Si en algún momento de nuestra existencia nos paráramos a meditar en las cosas que catalogamos de importantes, nos encontraríamos entre otros con aspectos relacionados con una buena posición social y un buen aspecto físico que nos hagan seres deseados y admirados en el entorno en que nos movemos. Nos inquieta tener un buen trabajo o una buena carrera, disponer de una holgada cuenta bancaria, reducir una cintura, duplicar musculatura o aumentar un busto y nos provoca curiosidad conocer el último escándalo del famoso de turno. Responder al pago de la hipoteca, inscribirnos en los registros obligatorios, cumplir determinados requisitos que certifiquen este o aquel titulo… todo esto se convierte en asuntos importantes que pueden condicionar nuestro bienestar, nuestro descanso e incluso en ocasiones, nuestra salud. El desarrollo alcanzado por nuestra sociedad decide qué hemos de buscar, qué conseguir, qué es desdeñable y qué es deseable.

Aislamiento

Adecuarse a estos cauces supone, en una búsqueda por ser aceptado, ser un fiel representante de lo que se considere situarse en la vanguardia de las tendencias del momento vivido. De ese modo, a lo largo de los distintos momentos del desarrollo social se ha valorado quemar a los herejes, limitar el voto de las mujeres, esclavizar a los sometidos, o encarcelar a los homosexuales. Hoy, por ejemplo, “mola” ser de tendencias políticas liberales, ir al gimnasio, declararse ateo y no mostrar el menor escándalo ante parejas del mismo sexo.

Sin menosprecio por el punto evolutivo alcanzado por nuestra especie, ¿es suficiente considerar este, variable y en gran medida artificial entramado social, como único marco para fijar el sentido que debemos darle a nuestra existencia? Lo más preciado que poseemos es nuestra vida misma, ¿No sería pues más aconsejable buscar nortes, directrices y objetivos más válidos en sí mismos y menos dependientes del momento evolutivo en el que nacemos?

Yo prefiero ligar mis valores a aquello que trasciende a mi entorno, y aquello que trasciende es lo que queda y sobrevive a cualquier momento evolutivo: El amor, la alegría, el dialogo, la comprensión, la paciencia, la felicidad. Lo que cuenta es lo que seguiría siendo importante en cualquier época pasada o futura.

En función de mi jerarquización de valores encamino mi vida, y mis guías son concepciones que implican, en no pocas ocasiones, una subordinación del “yo” físico. Este darle la espalda al egoísmo es perfectamente coherente con el mensaje religioso bajo cuyo prisma cobra mayor sentido. Descubro que aquello que atisbo como válido lleva siglos recogido en el Mensaje del creyente.

Deduzco que es aconsejable y hasta imprescindible, hacerse con una Filosofía de la vida.